Mi primera bicicleta tenía un solo cambio. Cuando iba rápido o lento, en subida o en bajada, ese cambio hacía todo. La siguiente tenía tres cambios: uno para superficies llanas, otro para subir y un tercero para bajar. La tercera tenía diez, lo que me permitía un rango más amplio de posibilidades. Sin embargo, aunque tenía varias opciones, no las usaba todas cada vez que andaba. Algunas eran mejor para arrancar o ascender; otras eran solo para lograr velocidad; y otras, para pasear. Pero lo importante de aquellos cambios es esto: Aunque no los usaba todos al mismo tiempo, eso no significaba que nunca los necesitaría.
Lo mismo se aplica a nuestros talentos y a los dones espirituales. Cuando me parece que no estoy cumpliendo con tareas que hacía anteriormente, en vez de sentirme inútil y despreciada, le doy gracias a Dios por el «cambio» que puedo usar en ese momento. Que un talento no sea necesario ahora no significa que nunca vaya a utilizarse.
Nuestros dones espirituales son necesarios de diversas maneras en distintos momentos. Las necesidades y las circunstancias cambian impredecible e inesperadamente. El apóstol Pablo le recordó a Tito: «… estén dispuestos a toda buena obra» (Tito 3:1). Que esto también se cumpla en nosotros.