He oído personas que dicen: «No tengo miedo de morir porque sé que voy al cielo; ¡lo que me aterroriza es el proceso hasta llegar a la muerte!». Sí, como creyentes, anhelamos ir al cielo, pero quizá tengamos miedo de morir. Admitir esto no debe avergonzarnos. Es natural tenerle miedo al dolor que acompaña a la muerte, a separarnos de los seres amados, al posible empobrecimiento de nuestra familia y al remordimiento por las oportunidades terrenales perdidas.
¿Por qué los que han aceptado a Jesús como Salvador no necesitan temerle a la muerte? Porque Cristo resucitó de la tumba, y nosotros, que estamos en Él, también resucitaremos. Por esta razón, Pablo proclamó en 1 Corintios 15:56-57: «El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo».
El proceso de morir en sí es solo un paso que nos escolta a la eternidad con Dios. Cuando «[andemos] en valle de sombra de muerte», podemos confiar en la promesa de la Palabra de Dios: «tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Salmo 23:4). Aquí la idea es que el Señor va a nuestro lado, y que nos consuela y nos guía mientras nos escolta por el oscuro valle hasta «la casa del Señor» (v. 6). Allí viviremos con Él para siempre.