Alguien ha dicho: «En la salvación de los seres humanos, Dios es totalmente el sujeto y los hombres y las mujeres son totalmente el objeto.» Suena correcto, una declaración teológica limpia y clara. La mayoría de los que estamos familiarizados con la iglesia la aprobaríamos. Pero, ¿creemos en ella?
Pablo había escrito a Tito dándole instrucciones en cuanto a cómo podían influir en su cultura los seguidores de Jesús en la isla de Creta. El consejo fue simple pero profundo cuando Pablo hizo una relación sucinta de los deberes en las relaciones interpersonales y las responsabilidades sociales del pueblo de Dios para seguir en medio de un ambiente pagano que negaba a Dios.
Sin embargo, parece que a Pablo no sólo le preocupaba que la atención de ellos estuviera dirigida a las instrucciones de él. Ellos eran como muchos de nosotros que se han lanzado con todas las de la ley a la obra de Dios. Allí persiste la sutil tentación de creer que nuestro esfuerzo, nuestra diligencia en la obra del reino, nuestra distinción de los valores degradantes del ambiente a nuestro alrededor dicen algo profundo de nosotros; nuestra disciplina espiritual, nuestrasabiduría o nuestraobediencia en perfecta sintonía. Nosotros. Nosotros. Nosotros.
Pablo quería tener la certeza de que estaba siendo claro, y sus palabras fueron acertadamente directas: «[Jesús] nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia» (Tito 3:5). Las victorias espirituales que encontramos, las verdades que llegamos a comprender, son todos testamentos de la eterna misericordia de un Dios generoso.
Algunas veces me aferro a mi equivocada creencia de que tengo algo de gran valor que ofrecer a Dios. Podría ser mi personalidad, mi sagacidad para el liderazgo o mi profesión como escritor. Le ofrezco a Dios cada una de ellas, no como adoración, sino en un intento de proclamar mi valía. Es como si Dios tuvie la suerte de tenerme a mí.
Pero mantener en pie semejante fachada es una labor difícil. Al final quedo hecho polvo luego de apilar todos mis intentos de pretensiones de superioridad moral. Agotado y alborotado, ofrezco mi imagen deformada. Dios ofrece misericordia. Yo ofrezco mi liderazgo fracasado. Dios ofrece misericordia. Yo entrego mis palabras trilladas. Más misericordia.
Quebrantado, vacío y pecaminoso, me inclino… y fluye la misericordia. —WC