Las películas, los libros, los guiones y otras formas de los medios de comunicación tienen temas. Si los autores y los guionistas no tuvieran temas claros, entonces leer libros y ver películas sería algo frustrante. De igual importancia es tener un tema para nuestra vida.

Todo líder en el Nuevo Testamento tenía temas específicos. Tenían preocupaciones, deseos, preguntas, esperanzas y sueños, conceptos fundamentales alrededor de los cuales organizaron sus aspiraciones y acciones.

El apóstol Pablo reveló dos de sus temas en Hechos 9:3-16. En este pasaje vemos cómo Jesús transformó a Pablo de perseguidor a predicador. Él encontró su tema en ese polvoriento camino que llevaba a Damasco. Se convirtió en instrumento escogido para llevar el mensaje de Jesús a los gentiles y a los reyes, así como también al pueblo de Israel. Vivir este tema llevó a muchos gentiles y judíos al reino, y le dio la máxima gloria a Dios (Hechos 13:44-52).

Un segundo tema que surge de este pasaje es el sufrimiento. Jesús dijo: «Porque yo le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre.» En 2 Corintios 11:16-33 leemos acerca de gran parte del sufrimiento que Pablo experimentó mientras cumplía con el tema de su vida.

El sufrimiento también fue el tema de nuestro Señor. Él fue traicionado y arrestado; Pedro, su amigo íntimo, lo negó; lo escupieron, lo golpearon, y finalmente lo crucificaron por nuestra transgresiones.

El sufrimiento no es divertido. Sin embargo, queda claro a partir de las Escrituras que es un tema para muchos seguidores de Jesús. Somos los receptores de la asombrosa gracia de Dios porque el tema más importante de nuestro Salvador fue: «Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).

Saber y entender nuestros temas nos ayuda a enfocar y aclarar nuestra vida. Y eso trae libertad.  —MW