Eric Liddell ganó una medalla de oro en la carrera de los 400 metros en los Juegos Olímpicos de París en 1924. Dos décadas más tarde, el campeón olímpico escocés convertido en misionero era una de las 1.800 personas que había en un campo de internamiento japonés en la China ocupada durante la Segunda Guerra Mundial.

Durante una de las charlas que dio en el campamento, Liddell contó de cuando vio una carrera de obstáculos en la que el corredor que iba a la cabeza tumbó un obstáculo, dándoles a los que venían detrás una oportunidad de correr a través del espacio y ganar tiempo. El hombre que venía en segundo lugar «se desvió hacia el costado, saltó por encima del obstáculo que se encontraba junto al que había caído, y luego regresó al borde de la pista —dijo Liddell—.

Recuerdo la emoción que corrió a través de mi interior y la ovación que hizo la multitud en señal de respuesta. Eso fue lo mejor que se hizo ese día. Aquel corredor no ganó; he olvidado quién ganó,pe pero nunca podré olvidar esa acción. Ese corredor no pudo actuar de otra manera, pues estaba siendo impulsado por el espíritu deportivo. Ese espíritu estaba arraigado en él, formaba parte de él mismo.

El deporte es maravilloso. Lo más maravilloso de él no son los logros casi sobrehumanos, sino el espíritu del que está hecho.  quita ese espíritu el deporte muere.

El Espíritu Santo es para la vida cristiana lo que el espíritu deportivo es para el deporte, y aún más. Sin Él en nuestra vida, incluso en el mejor de los casos somos… perfección muerta y nada más.»

Pablo dijo: «Pero ahora hemos quedado libres de la ley, habiendo muerto a lo que nos ataba, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra» (Romanos 7:6). Cuando el Espíritu gobierna nuestra vida podemos hacer de buena gana lo que es correcto hacia Dios y los demás, incluso si esto significa perder un premio.

Eric Liddell vivió según estas palabras de una de sus canciones favoritas:

Espíritu de gracia, mora conmigo
Yo mismo sería lleno de gracia
Y con palabras que ayudan y sanan
Tu vida en la mía se revelaría
Y con acciones osadas y mansas
Hablaría yo por Cristo mi Salvador.
(Thomas Toke Lynch)

—DCM