Un día, mi hijo le quitó el capuchón a un marcador anaranjado y dibujó a su padre. La interpretación del niño mostraba ojos, una nariz y una boca, todo dentro de un círculo encima de dos palos largos (él me informó que eso eran las piernas). Aunque mi pequeño recibió una buena calificación por el esfuerzo, su imagen no mostraba ningún rasgo que tan siquiera reflejara algún parecido con mi esposo: ojos azules, una sonrisa confiada y un cabello salpicado de canas.
Como hijos de Dios, nosotros a veces creamos imágenes de nuestro Padre celestial que no son correctas. Quizá lo vemos como un Dios falto de afecto cuando corrige conductas pecaminosas en nuestra vida. Y, como la disciplina es dolorosa (Hebreos 12:11), podemos suponer que su corrección es una forma de venganza divina o el resultado de su enojo. En realidad, es una prueba de su amor a nosotros. La Biblia dice: «Porque el Señor al que ama, disciplina» (v. 6). Él nos disciplina para nuestro beneficio, para que «participemos de su santidad» (v. 10) y para que experimentemos la paz que surge de vivir una vida recta (v. 11).
Si hoy estás enfrentando la disciplina de Dios, recuerda que no está mirándote con el ceño fruncido ni sacudiendo el puño en venganza. Píntalo como un Padre que se preocupa por ti y que corrige con amor a su hijo en quien se deleita (Proverbios 3:12).