En 1960, en la escuela secundaria adonde asistí, todos participamos en el Proyecto TALENTO. Durante varios días, realizamos exámenes que analizaban nuestras aptitudes académicas. Además, nos pidieron que expresáramos nuestros planes, esperanzas y sueños para el futuro. Lo que no sabíamos era que formábamos parte del mayor estudio realizado entre 400.000 estudiantes de 1.300 escuelas en los Estados Unidos. Ninguno de los que participamos podría haberse imaginado nunca el destino que tendría su vida.
Lo mismo le sucedió a Saulo de Tarso. Cuando era joven, su objetivo era destruir a los seguidores de Cristo (Hechos 7:58–8:3; Gálatas 1:13). Pero, después de su conversión, se transformó en el apóstol Pablo, cuya misión era multiplicarlos. Cuando iba a Jerusalén, para enfrentarse con la cárcel y muchas dificultades, dijo: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24).
Cuando nuestra meta es honrar al Señor, Él nos guía y nos protege en cada paso del camino. Independientemente de cuáles sean nuestras esperanzas y sueños, cuando los colocamos en las manos de Dios, sabemos que todo, incluso el éxito y los fracasos, está bajo su control.