Nos preguntábamos por qué una amiga nuestra seguía viajando a Hobart, Tasmania. Hace poco, nos invitó a ir con ella. Desde el aeropuerto, pasamos en el automóvil por un puente, la ciudad y algunos suburbios. Nada llamativo; pero seguimos avanzando. Después de ascender lenta y abruptamente por curvas cerradas y difíciles, vimos abajo el perfil de la costa. Seguía siendo una vista común y corriente.
Pero, cuando llegamos a nuestro destino después de conducir por la empinada carretera, apareció el espectacular panorama de la ciudad. ¡Aun el puente por el que habíamos pasado y que parecía tan gris lucía hermoso! Ahora sabíamos por qué iba ella tanto a aquel lugar.
La vida de los pioneros de la fe, en Hebreos 11, tenía sus «curvas cerradas» y sus situaciones «rutinarias», pero ellos seguían avanzando. ¿Cuál era su destino? El cielo, «la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (v. 10).
Esther K. Rusthoi escribió sobre nuestro viaje al cielo en su himno «Cuando veamos a Cristo»:
Todo valdrá la pena cuando veamos a Jesús;
Las pruebas de la vida parecerán pequeñas cuando veamos a Cristo;
Un solo atisbo de su querido rostro borrará toda tristeza;
Así que, ¡valientemente corre la carrera hasta que veas a Cristo!
Aunque la vida sea rutinaria o difícil, sigue adelante. Al final del viaje, verás el lugar asombroso que Dios nos ha preparado. ¡Y todo habrá valido la pena!