Auna mujer en Austria se le ocurrió un plan realmente malo ara hacer de sus hijos unos héroes. Y desafortunadamente lo llevó a cabo.
La mujer provocaba incendios en pequeños locales y luego llamaba a sus hijos bomberos para que ellos fueran los primeros en llegar a la escena. En la mente de ella, si sus hijos estaban un paso adelante combatiendo las llamas, serían el orgullo del Departamento de Bomberos de St. Stefan Ob Leoben.
Luego de la novena de dichas llamadas de mamá en el transcurso de un mes, los hermanos se convirtieron en más que un poco sospechosos. Sólo fue cuestión de tiempo antes de que la mujer de 47 años de edad se ganara un arresto y una cita en el tribunal por su piromanía.
En la Biblia encontramos a un par de muchachos que pensaron que debían encender un fuego. Pero al igual que la mujer en Austria, lo hicieron por la razón equivocada.
Nadab y Abiú escogieron un muy mal momento para ofrecer «fuego extraño» a Dios (Levítico 10:1). El antiguo pueblo de Israel recién estaba saliendo de un período de adoración idolátrica, y todavía estaba rodeado de pueblos adoradores de ídolos. Dios sabía que la amenaza del sincretismo (la combinación de la adoración a Dios con prácticas paganas) era una chispa que tan sólo estaba esperando prenderse.
Al rechazar la manera cuidadosamente elaborada de Dios de Al rechazar la manera cuidadosamente elaborada de Dios de Dios sobre ellos. El fuego purificador de Él destruyó la terquedad de ellos antes de que se propagara a los demás. En opinión de Dios, ambos hombres habían hecho lo que les había parecido, causando que las líneas entre lo santo (las maneras de Dios) y lo profano (los caminos del hombre) se hicieran borrosas.
Hoy, al igual que en los días del antiguo Israel, Dios —y sólo Dios— es el iniciador de nuestra salvación. No se trata de nosotros. Es la manera de Dios. Nosotros sólo respondemos a su gracia.
Tomarnos el crédito por nuestra propia salvación, o por la de otras personas, es un incendio falso y grave. Tenemos que darnos cuenta de que es por la gracia de Dios que hemos sido salvados (Efesios 2:8). Él ilumina la llama de nuestro corazón por medio de su Espíritu Santo.
A través de la fe podemos conocer el regalo que Dios nos ha dado, y distinguir entre «lo santo y lo profano» (10:10). —TF