En El príncipe Caspian, uno de los volúmenes de la serie clásica para niños Las Crónicas de Narnia,  de C. S. Lewis, Lucy se vuelve a enfrentar cara a cara con Aslan, el león, quien es la figura de Cristo. Ella se queda de pie maravillada, asombrada ante su enorme tamaño.

«Bienvenida, niña» —dijo.
«Aslan» —dijo Lucy— estás más grande.»
«Eso se debe a que has crecido, pequeña» —contestó él.
«¿Y no es porque tú hayas crecido?»
«Yo no he crecido. Pero con cada año que tú crezcas, me encontrarás más grande.»

Últimamente me he sentido como Lucy. De pie bajo la sombra de Dios, sintiéndome pequeño, deplorable y desnudo. Dios se cierne sobre mí, no amenazante, sino con autoridad. Quedo en silencio, arrepentido, y curiosamente… en calma.

Mi inclinación natural es creer erróneamente que soy yo quien va a crecer y a hacerse más grande, en vez de Dios. Adquiero más sentido común, logro una meta o me encuentro dentro de una rutina cómoda en la que mi vida funciona bastante bien. Hay un ritmo satisfactorio, y de manera sutil, Dios se encoge.

Yo nunca diría que Dios se me hace cada vez más pequeño, por cuanto para un cristiano, pronunciar esas palabras es algo demasiado concienzudo (léase hipócrita). Pero la verdad permanece: cada vez que cosecho alguna gloria para mí mismo o no logro ver cuán desesperado estoy por Dios, parece que en esos momentos y en esos lugares Dios se ehace como Él quiere, cuando quiere y a quien quierestá encogiendo.

Sin embargo, este supuesto encogimiento de Dios es algo gracioso. Dios no se encoge. Dios se levanta imponente y ruge y hace como Él quiere, cuando quiere y a quien quiere.

Todos mis planes, mis ardides y mis intentos por formar mi vida bajo mis propios términos se caen a pedazos y se estrellan a los pies del Santísimo.

Lucho y me retuerzo, y lastimosamente trato de aferrarme a mi pequeña y bien ganada gloria. Pero al final, Dios gana. Él arranca mis manos de mis ídolos y los arroja muy lejos. Y para nuestra sorpresa, hay descanso y paz. Tratar de ser del tamaño de Dios es un trabajo muy arduo.

Y así, descanso bajo su enorme sombra, en calma y sintiéndome amado. Y con cada año que pasa, Dios ha crecido más.  —WC.