Si el Señor lo hubiese permitido, mi hermano mayor, Dick, tendría hoy 68 años de edad. Pero Dios se lo llevó a casa en la Pascua Florida de 1995. Murió en Sudbury, Ontario, adonde él y su esposa, Shirley, habían estado ministrando durante muchos años a las necesidades del pueblo nativo canadiense de la Confederación de los Tres Fuegos (las tribus de los Ojibwe, de los Potawatami y de los Odawa).

Ese verano, en la fecha de su cumpleaños, a Dick se le rindió una ceremonia de «tambores de honor» en su memoria. Hombres especialmente seleccionados de la Reservación Wilwemikong en la isla Manitoulin, cerca de la cuenca norte del lago Hurón, llevaron a cabo la ceremonia. Esta ceremonia se realiza sólo para honrar a aquellos cuyas vidas han causado un impacto positivo en la comunidad indígena. Tal vez esa era la primera y única vez en que un misionero blanco, anglosajón y protestante de los EE.UU. era honrado con una ceremonia ojibwe de tambores de honor en una reservación india canadiense.

Pero era una ceremonia bien merecida. Richard Ohlman era un seguidor de Jesús amable, humilde, honesto y modesto que nunca habría imaginado que su memoria sería honrada como lo fue ese día. Sirvió a las personas que él y Shirley amaban porque quería que ellos tuvieran la misma paz y el mismo gozo que recibía él de su fe en Jesús. Él no esperaba honra por hacer simplemente lo que sabía que Dios quería que hiciera. Pienso en Dick cuando leo acerca del hombre sabio y justo que se menciona en Proverbios 15, cuya sabiduría viene del «temor del SEÑOR», y cuya «humildad está antes que la gloria» (v.33).

En el funeral de Dick, llevado a cabo en la iglesia de donde venían nuestros padres en Grand Rapids, Michigan, una pequeñita ojibwe se escapó de la mano de sus padres y corrió hacia el altar. Todos quedamos cautivados cuando se detuvo y luego se quedó quieta por un momento junto al féretro.

No estamos seguros de qué había en la mente de esa preciosa niñita, pero mi hermano mayor, Jim, se inclinó hacia mí y susurró: «¡A Dick le hubiera encantado eso!» Estoy seguro de que sí, por cuanto él amaba al pueblo ojibwe, el pueblo que más tarde lo honró.  —DO