Al césped de mi casa le pasaba algo raro. No podía descubrir qué era, pero sabía que alguna cosa lo estaba dañando.

Después de investigar, descubrí cuál era el problema: los topos. Esos pequeños y voraces roedores se arrastraban de un lado a otro debajo de la superficie de mi anteriormente bien cuidado césped, en busca de alimento y causando estragos en la hierba.

Los hijos de Israel también tuvieron problemas por una causa escondida (Josué 7). Experimentaban dificultades y no podían descubrir la razón. Había algo que no podían visualizar y que les generaba graves perjuicios.

El problema se hizo evidente cuando Josué envió 3.000 soldados para atacar Hai. Aunque un ejército de ese tamaño habría alcanzado para derrotar a la pequeña fuerza armada de esa ciudad, sucedió lo contrario. El ejército de Hai aplastó a los israelitas, mató a 36 soldados y los persiguió hasta su lugar de partida. Josué no tenía ni idea de qué había causado ese problema. Entonces, Dios explicó cuál era el asunto encubierto: Uno de sus hombres, Acán, había quebrantado un claro mandato y robado del «anatema» de Jericó (Josué 7:11). Israel pudo obtener la victoria solo después de que se descubrió y se solucionó el problema.

El pecado encubierto produce un gran daño. Debemos traerlo a la superficie y ocuparnos de resolverlo.