Me presento delante de mi Creador casi demasiado confiado. No es que acercarme a Dios deba ser algo difícil. Cualquier esfuerzo personal, supuestamente para hacerme más digno de estar de pie delante de él, es una torpeza. Soy redimido, la gracia es mía y no tengo razones para encogerme de miedo.
Pero esta gracia la ofrece un Dios impresionante e imponente, no un débil benefactor. Dios sigue siendo Dios, justo y santo, empeñado en la justicia junto con la misericordia. Su ira es real, y algunas veces, cuando trato de quedar bien con su compasión, me olvido del auténtico poder de Aquel que me sostiene.
Cuando los israelitas estaban por entrar en la tierra que Dios les había dado, Él les dio instrucciones para el futuro. Poned por obra… guardad… recordad… temedme. Dios quería que ellos recordaran lo que Él había hecho. Quería que recordaran quién era Él.
En The Writing Life[La vida que escribe], Annie Dillard observa que los judíos hasídicos del siglo XVIII reconocían cierto elemento de riesgo al presentarse delante de Dios. Ella cuenta de cierto rabino que cada mañana dejaba instrucciones para la manera en que sus manuscritos debían ser desechados «en caso de que la oración lo matara».
En su libro, Annie Dillard también presenta a un «sacrificado ritual», alguien responsable de realizar los sacrificios por la expiación del pueblo. Cada mañana este hombre se despedía de su esposa y de sus hijos y «lloraba como si no los fuera a volver a ver». Uno de sus amigos le preguntó por qué hacía eso. «Porque —respondió— cuando comienzo el ritual invoco al Señor. Luego oro diciendo: “Ten misericordia de nosotros.” ¡Quién sabe lo que el poder de Dios me hará en ese momento que transcurre entre mi invocación y mi ruego por su misericordia!»
No tenemos que temer la ira de Dios, y debido a su increíble misericordia, la obra expiatoria por el pecado se cumplió Sin embargo, es imponente invocar el nombre y el poder de nuestro Dios.
Piensa en eso la próxima vez que comiences a invocar el nombre de Dios. —WC