Lo que algunos atletas carecen en capacidad lo compensan con corazón. Lo que a algunos les falta en fuerza y en habilidad, lo compensan con pura determinación. Y algunas veces los muchachos que no tienen oportunidad de ganar en absoluto son los que más inspiran a sus compañeros de equipo, a sus amigos, y a las personas que ni siquiera los conocen.

Rick Reilly, escritor de la revista Sports Illustrated, contó de un joven atleta con estas características: un estudiante del tercer año de secundaria llamado Ben Comen. Él sufre de parálisis cerebral y sin embargo, es miembro del equipo de carreras a campo traviesa de la escuela secundaria Hanna, y corre en todas las carreras. Generalmente, al ganador le toma 16 minutos hacer el recorrido de cinco kilómetros; a Ben le toma 51 minutos.

Reilly identificó su estilo para correr como el de «un hombre que se abre paso a golpes a través de un matorral amazónico». Tiene que arrastrar el costado izquierdo mientras avanza, apenas si levanta los pies del suelo y a menudo tropieza. Pero se vuelve a levantar, algunas veces sangrando, y sigue arrastrando los pies por el trayecto hasta que llega a la meta. Cuando ya se acerca, la mitad del cuerpo estudiantil corre para ir junto a él. ¡Todos vitorean!

¿Por qué lo hace Ben? Él lo explica: «Me gusta mostrar a la gente que o podemos dejar de intentarlo, o podemos levantarnos y seguir adelante.»

Algunos creyentes parecen correr la carrera de la vida cristiana a paso suave y ligero, guiando al pelotón sin esfuerzo aparente. Son ganadores, y no les quitemos nada. Pero la mayoría de nosotros caminamos pesadamente y cojeamos a lo largo del camino cuando se trata de obedecer a Jesús. Nos apartamos del camino, tropezamos con obstáculos de poca importancia, usamos una técnica espantosa. Lo más fácil para nosotros sería simplemente rendirnos, sentarnos al lado del camino y dejar que los demás pasen corriendo, echarnos allí a sollozar cuando caemos.

Un muchacho como Ben nos ilustra que aun cuando puede que no tengamos la energía, los talentos, los dones o el entrenamiento que tienen algunos creyentes, nuestro papel es el de aceptarnos a nosotros mismos, olvidarnos de las cuestiones de estilo y seguir adelante, con los ojos puestos fijamente en Jesús. Un glorioso grito de bienvenida nos espera cuando lleguemos a la meta.  —DCE