Algunas veces trato mi vida espiritual como si fuera mi automóvil: espero largos períodos de tiempo antes de someterla a un diagnóstico. Aunque podemos hacer muchas preguntas para ayudarnos a determinar la salud de nuestra alma, hay una que es vital para su salud y crecimiento: ¿tiene mi alma más o menos sed del Dios vivo?
El puritano inglés Jonathan Edwards dijo: «A menudo la Biblia menciona el deseo santo, ejercitado por medio del anhelo, del hambre y la sed de Dios, y de la santidad como parte importante de la verdadera religión.»
Yo creo que el salmista expresó este deseo mejor que nadie. El cuadro que David usó en este canto (Salmo 42) es el de un intenso deseo y anhelo. ¿Describe su oración tu sed de Dios? Si es así, ten ánimo, por cuanto sea lo que sea que esté sucediendo en tu vida, la sed de tu alma es señal de salud y crecimiento. Si no es así, ¿podría ser el momento de someter tu alma a un diagnóstico espiritual?
Edwards sostuvo que este ansia y deseo era una sed de Dios, un anhelo que puede ser satisfecho a fondo y de manera definitiva sólo a través del gozo del Señor mismo cara a cara en el cielo: «¡Qué bueno es Dios!, que ha creado al hombre para este mismo fin, hacerlo feliz en el gozo de Sí mismo, el Todopoderoso.»
Nuestro problema es que algunas veces ni siquiera deseamos desear a Dios. Entonces se seca nuestra alma. ¿Por qué es esto? Creo que es porque elegimos tomar demasiado de las fuentes del mundo que no satisfacen, y muy poco de las fuentes vivas de Cristo.
¿Cómo aprendemos a tener aún más sed de Dios? Una de las maneras en que creamos la sed de Él es deteniéndonos por un largo tiempo en la Biblia. Cuando saturo mi corazón de las Escrituras, Dios, a través del Espíritu Santo, inicia un deseo hacia Él. La Biblia llama a esto meditación. Esta disciplina espiritual, a menudo pasada por alto, refresca nuestro corazón con la fidelidad de Dios y crea en nuestra alma una sed del Dios vivo. —MW