En Mateo 5:27-30 encontrarás uno de los dichos más radicales de toda la Biblia. Jesús dijo, básicamente: «Si alguna parte de vuestro cuerpo os hace pecar, es mejor cortarla y echarla que seguir ofendiendo a Dios.» Él dio dos ejemplos: si sigues pecando con tu ojo derecho, arráncatelo y deshazte de él. Y si tu mano derecha es el problema, córtala y deséchala. ¡Eso es algo radical!
Debemos tomarnos a pecho las palabras de Jesús, pero no literalmente. Sabemos esto porque las personas sin ojos o sin manos pueden seguir codiciando y pecando. El problema es actuar siguiendo nuestros deseos lujuriosos. Debemos pensar y comportarnos como si los ojos, los oídos, los pies o los dedos infractores ya no estuvieran allí.
La experiencia de Aron Ralston es un ejemplo físico de esta idea espiritual. Aron tomó una caminata de un día en el desierto escarpado cerca del Parque Nacional Canyonlands en Utah.
Mientras trepaba a una roca grande y erosionada y saltaba, ésta se movió y atrapó su brazo derecho contra la pared vertical de un precipicio. Por mucho que Aron trató, no pudo liberar su brazo.
Luego de cinco días, la situación era desesperada. Los amigos que lo buscaban no lo habían encontrado. Se le habían acabado la comida y el agua. ¡Era el momento de una acción radical! Primero se aplicó un torniquete. Luego rompió los dos huesos de su brazo por encima de la muñeca. Usando la cuchilla de una herramienta funcional, cortó a través de la carne hasta que su brazo quedó libre. Luego caminó casi diez kilómetros por el cañón, lo cual incluía descender a soga doble por un precipicio de 18 metros. Finalmente encontró a algunas personas que lo ayudaron.
Para cortarse ese brazo, Aron tuvo que verlo como algo inútil y muerto, como algo que amenazaba su vida. Tuvo que verlo como algo que había desaparecido. Así es como Jesús nos dijo que viéramos las partes de nuestro cuerpo con las que pecamos: como si estuvieran muertas; como si ya no tuvieran poder alguno; como si hubiesen sido cortadas y echadas lejos.
Puede que te parezca que no puedes vivir sin ese placer, sin ese pecado, sin esa adicción. Eso forma parte del poder del pecado. La manera de vencerlo es verlo como algo que amenaza tu vida. Luego, en tu mente y con la ayuda de Jesús, «córtalo y échalo de ti». Se requiere de cirugía radical para quedar libres del pecado. —DCE