Tengo una sugerencia para los fanáticos de los Cachorros de Chicago. ¡Adopten la maldición! Es la única manera. A los lectores que no les interesa el béisbol, esperen, esto es interesante. Desde 1908, los Cachorros han encontrado maneras asombrosas de evitar ganar. Le echan la culpa a una maldición.
En 1945, un hombre pagó por dos asientos para un juego de la serie mundial, lo que estaba bien, excepto que el segundo asiento era para una cabra. Los dirigentes de los Cachorros echaron a ambos a patadas del estadio de béisbol. Supuestamente, el fanático le echó una maldición al equipo. Los Cachorros perdieron, y desde entonces no han jugado en ninguna otra serie mundial.
Yo digo que enfrenten la maldición de manera directa. Que compren una cabra y le den un lugar para pastar en la zona de calentamiento, la cual, por supuesto, tendrá que recibir un nuevo nombre. Y consíganle a ese gato negro un asiento de palco para él solo (esa es otra historia, y otra maldición).
¿Cuál es la postura teológica oficial deNuestro Andar Diarioen todo esto? Seguro, creemos en la maldición. Todos estamos bajo una maldición.
Hace mucho tiempo, el primer hombre y la primera mujer se rebelaron contra Dios (Génesis 3:1-6). Debido a ello, la raza humana comenzó a morir, justo como Dios lo había advertido (2:17).
La justicia de Dios exigía que alguien pagara por nuestros pecados. Pero entonces, el amor de Dios nos mostró que todo el tiempo tuvo a Alguien en mente: su propio Hijo. En el Antiguo Testamento, este futuro sacrificio se vio ilustrado por el sistema de sacrificios de animales y por un chivo expiatorio que simbólicamente llevaba los pecados del pueblo al desierto para que murieran (Levítico 16:10). Jesús se convirtió en ese sacrificio que había de realizarse una vez para siempre (Hebreos 10:10).
Los que confiamos en Jesús ya no estamos bajo la maldición del pecado y de la muerte (Juan 3:17). Hemos sido «hechos perfectos» a través de su sacrificio (Hebreos 10:14). La maldición del pecado ha sido quitada. Jesús ha conquistado el pecado y la muerte para nosotros. —TG