¿Cuánto crees que aprenderías acerca de la vida buena y piadosa al estudiar los afiches que dice «Se busca», documentos que destacan los delitos de los que han transgredido la ley? Probablemente no mucho.
De hecho, el apóstol Pablo instruyó a Timoteo, su joven protegido, a que corrigiera a aquellos que pasaban la mayor parte de su tiempo estudiando tales documentos. En esencia, Pablo dijo que el propósito fundamental de la ley del Antiguo Testamento era actuar como un espejo que revela al trasgresor de la ley el feo rostro de la rebelión, el engaño, la impiedad, la perversión sexual y el asesinato. Los impíos son condenados por sus propias reflexiones. Pero los que quieren vivir una vida que agrade a Dios no buscan instrucción en el espejo del pecado, por cuanto la ley es eso. Se alejan de aquello que los condena y van en dirección a aquello que enseña acerca del amor, la pureza y la fe, lo cual aprendemos del ejemplo y el evangelio de Jesús.

Mi comprensión de lo que Pablo dice en este pasaje se ve asistida por los recuerdos de mi niñez. Debido a que mi padre era un hombre amoroso y piadoso, y debido a que yo también lo amaba, quería que mi vida y mi comportamiento lo complacieran, que lo hicieran feliz de tenerme como hijo. No me motivaba tanto la disciplina que sabía recibiría si quebrantaba sus «leyes».
Mayormente me veía instado por mi deseo de ser como él.

Mi papá no exigía mi obediencia ni esperaba cierto comportamiento para sentirse poderoso; él quería eso porque sabía que era bueno para mí. Te aseguro que aprendí muchísimo más del buen ejemplo de mi padre que cuando él «daba las órdenes». De hecho, rara vez tenía que hacerlo.

Creo que esto es lo que el Padre quiere de nosotros. Él dice: «Mirad a mi Hijo, Jesús. Él obedeció mi ley a la perfección porque vosotros no pudisteis hacerlo. Ved cuánto amó, sacrificó y vivió por los demás. Aprended de Él. Así es como quiero que viváis. Si miráis a mi hijo y seguís su ejemplo, vivir por la ley tendrá muy poca importancia para vosotros.»

La ley refleja el rostro de la impiedad. Lo que nuestro Padre quiere es que reflejemos el rostro de su Hijo al mundo impío. —DO