Cuando yo nací, mi bisabuelo, Abram Z. Hess, ya había perdido la vista. Era conocido por los hermosos objetos de madera que tallaba en un torno… y también por ser alguien que podía citar muchos versículos de las Escrituras. Él y su amigo Elí solían decirse mutuamente textos de la Biblia. Esa pizca de espíritu competitivo dio como resultado que Elí fuera capaz de citar más referencias, mientras que mi bisabuelo podía recitar más versículos.
Actualmente, nuestra familia suele recordar a Abram como el «abuelo ciego». Su práctica de memorizar las Escrituras se convirtió en su cuerda de salvamento cuando perdió la vista. Pero ¿por qué es importante que memoricemos la Palabra de Dios?
El Salmo 119 nos enseña cómo podemos seguir a Dios al guardar su Palabra en nuestro corazón. En primer lugar, de ese modo nos armamos para enfrentar las tentaciones (v. 11; Efesios 6:17). Después, cuando meditamos en ella, llegamos a conocer mejor al Señor. Por último, cuando sus palabras se nos graban en la mente, estamos mejor capacitados para escuchar su voz cuando nos enseña y nos guía. Empleamos esas frases de las Escrituras cuando hablamos con Él, lo adoramos y les enseñamos o testificamos a otros (Colosenses 3:16).
La Palabra de Dios es «viva y eficaz» (Hebreos 4:12). Guarda sus preciosas palabras «en [tu] corazón» (Salmo 119:11), donde siempre estarán contigo.