Hace poco, no podía encontrar mi tarjeta de crédito. Desesperado, empecé a buscarla, porque perder algo así no es pequeña cosa. Se interrumpirían todos los débitos automáticos y las compras diarias hasta que pudiera conseguir otra. Y todo eso sin pensar en la posibilidad de que alguien la encontrara y la usara para comprar cosas. ¡Qué alivio tuve cuando mi esposa la encontró en el suelo debajo de la mesa de la computadora!
En Lucas 15:8-10, Cristo relató la historia de algo que se había perdido: una moneda valiosa, equivalente al salario de un día de trabajo. La mujer que la había perdido estaba tan preocupada por encontrarla que encendió una lámpara, barrió la casa y buscó minuciosamente hasta que la encontró. Entonces, les dijo a sus amigos: «Alégrense conmigo; ya encontré la moneda que se me había perdido» (v. 9 nvi). Después, Jesús explicó la idea del relato: «Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente» (v. 10 nvi).
La gente es sumamente valiosa para Dios. Aquellos que no lo conocen están perdidos en sus pecados. Cristo pagó el precio final al morir en la cruz para redimirlas. ¿Conoces personas que están perdidas? Pídele al Señor que te dé oportunidades de compartir la buena noticia del evangelio con ellas, para que se arrepientan de sus pecados y la gracia de Dios las alcance.