Luego de un largo día de trabajo en el jardín, es hora de una ducha con agua tibia. El cálido rocío del agua se mezcla con la espuma jabonosa, y de repente comenzamos a cantar. Lo que provoca el momento musical no es tan sólo la gran acústica de la ducha, sino el gozo de la limpieza.
El alma de los creyentes en Jesús también puede ensuciarse. Algunos equiparan la confesión de pecado con la introspección y el revolcarse en la culpa. Pero la realidad es que experimentar la limpieza de Dios es un don de restauración por gracia. Es el jabón de Dios, la manera en que Él lava toda la suciedad de nuestro pecado y restaura nuestra comunión con Él.
El apóstol Juan escribió: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). La palabra que Juan usó para «confesar» es la palabra griega homologeo, que significa «decir lo mismo que». Cuando estamos de acuerdo con Dios en cuanto a algún pensamiento, palabra o acción que le sea desagradable y nos arrepentimos de ello, podemos experimentar una relación restaurada con Él.
Sibbes, el gran escritor puritano, ofreció una enseñanza muy profunda acerca de la manera en que la paz a menudo acompaña a la limpieza espiritual.
Sigamos cada día . . . [echando] la sangre de Cristo sobre nuestras cuentas, . . . [experimentando] el perdón de pecados . . . Ésta debe ser la práctica diaria de todo cristiano, y luego él podrá echarse en paz.… El que duerme con una conciencia envilecida es como si durmiera entre bestias salvajes.
Muchas veces, el que una persona se dé vueltas en la cama toda la noche o esté relajada depende de si tiene una conciencia limpia. Confesar nuestros pecados a Dios y arreglar las cosas con aquellos a los que tal vez hayamos hecho daño es tener la paz de una buena conciencia. Descuidar nuestra conciencia dará como resultado que la culpa nos acose.
La provisión de Dios, la cual es por gracia, está a tu disposición hoy. ¿Confesarás tu pecado al Señor y experimen su limpieza? —DF