¿Están los padres esforzándose demasiado para hacer felices a sus hijos? ¿Está eso produciendo el efecto contrario? Estas preguntas son la introducción de una entrevista a Lori Gottlieb, autora de un artículo sobre el tema de la desdicha en los jóvenes adultos. Ella concluye diciendo que sí; que los padres que no permiten que sus hijos experimenten fracasos y tristezas les dan una perspectiva equivocada del mundo y no los preparan para las duras realidades de la vida adulta. Los dejan con una sensación de vacío y ansiedad.
Algunos creyentes esperan que el Señor sea la clase de padre o madre que los protege de todo dolor y decepción. Pero Él no es esa clase de Padre. En su amor, permite que sus hijos atraviesen sufrimientos (Isaías 43:2; 1 Tesalonicenses 3:3).
Cuando se empieza con la creencia equivocada de que la vida fácil es lo que nos hace verdaderamente felices, nos agotamos al tratar de poner en práctica ese concepto erróneo. Pero, cuando enfrentamos la verdad de que la vida es complicada, podemos invertirla en la búsqueda de una existencia piadosa y buena, agradable a Dios. Esta clase de vida nos fortalece para enfrentar las situaciones cuando el andar se vuelve difícil.
La meta de Dios es hacernos santos, no solamente felices (1 Tesalonicenses 3:13). Y cuando somos santos, es más probable que estemos realmente contentos y satisfechos.