En tiempos antiguos, los pies amarrados se consideraban algo deseable para las mujeres chinas porque las hacía verse delicadas y elegantes. Amarrar los pies implicaba envolver los pies de una niña de 3 años con vendas, doblar los dedos de los pies hacia abajo, romper los huesos y forzar que el talón y los dedos se juntaran. Su propósito era producir un pie diminuto, el «loto dorado», que era de 7.5 cm de largo y se consideraba tanto bello como seductor. Esta cruel práctica de amarrar los pies comenzó en el siglo X y continuó hasta 1911, cuando la nueva república china la prohibió.

Se cree que el término «loto dorado» surgió en la dinastía Tang del sur, alrededor del año 920 d.C., cuando el emperador Li Yu le ordenó a su concubina favorita, Joven Fragante, que se amarrara los pies con bandas de seda y bailara sobre una plataforma de loto dorada incrustada con perlas y gemas.

A partir de entonces, las mujeres tanto dentro como fuera de la corte comenzaron a tomar tiras de tela y a amarrarse los pies, pensando que era algo bello y distinguido. Poco a poco se convirtió en el estilo imperante, y el «loto dorado» se volvió sinónimo de pies amarrados. Las madres amarraban los pies de sus hijitas de 3 años de edad con la esperanza de que tuvieran un buen matrimonio en el futuro. Para los hombres chinos, los pies amarrados se asociaban con el amor y el sexo a un nivel más elevado, con fuertes connotaciones tanto de modestia como de lujuria. El «loto dorado» tenía un atractivo estético para el hombre chino.

Leer acerca de la costumbre china de amarrar los pies para encajar en la sociedad y «atraer» a los hombres me recuerda la manera en que los cristianos algunas veces practicamos la actividad religiosa por la misma razón. Pablo tuvo que recordar a los creyentes de Colosas que puesto que habían muerto al sistema de este mundo, no debían someterse nuevamente a sus valores (Colosenses 2:20).

Al igual que los creyentes de Colosas, nosotros podríamos seguir normas religiosas para ganar aceptación social o para encajar. Al hacerlo, cambiamos nuestra relación con Jesús por una religión vacía. La verdadera devoción a Él se encuentra en estar unidos a Él, no atados a prácticas hechas por hombres.  —JL