Las estadísticas son engañosas. Si bien los números nos brindan información, a veces pueden insensibilizarnos en cuanto a que esos datos representan personas. Hace poco, esto me hizo reaccionar al leer una que decía: «Quince millones de personas mueren de hambre por año». Es escalofriante. Y para los que vivimos en culturas de abundancia, es difícil de imaginar. En el 2008, casi nueve millones de niños murieron antes de cumplir cinco años, y una tercera parte de ellos por problemas relacionados con la inanición. Son cantidades espantosas, pero son mucho más que números; son personas a quienes Dios ama.
Podemos demostrar el corazón amoroso del Padre al suplir las necesidades físicas de la gente. Salomón escribió: «El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; mas el que tiene misericordia del pobre, lo honra» (Proverbios 14:31). Podemos mostrar misericordia a los necesitados ofreciéndonos para colaborar en un comedor, ayudando a alguien a encontrar trabajo, sustentado financieramente la apertura de pozos en lugares donde hace falta agua potable, repartiendo alimentos en zonas afectadas por la pobreza, enseñando oficios o llevando comida a escuelas para los niños.
Asumir esta responsabilidad honra al Padre celestial y su interés en el bien de todos. Y los que están pasando hambre podrán escuchar mejor el mensaje de la cruz si el estómago no les gruñe.