Steve miró hacia ambos lados. Bien, no hay moros en la costa. Comenzó a empujar la camioneta desde el estacionamiento del motel. Sólo un poquito más y podría entrar saltando y hacerle el puente al motor de arranque.
Al llegar al lugar que había elegido, Steve se sentó en el asiento delantero de un salto y estacionó el vehículo. Entonces comenzó a tratar de arrancar la camioneta robada por medios «alternativos».
Fue allí cuando apareció la policía.
Adivinaste. Este joven de Nueva Zelandia fue arrestado y se le formularon cargos de intento de robo de automóvil. Lo que no sabes es la razón por la que este ladrón de 18 años de edad estaba tratando de robar la camioneta: le tocaba comparecer ante el tribunal por otro cargo. Sí, ¡Steve había decidido ir a ver al juez usando una camioneta robada! Parece que no era el delincuente más brillante del mundo y su viaje tortuoso lo llevó de mal en peor.
La espiral descendente que vemos en esta historia me recuerda algo que Santiago escribió en su breve libro. En un pasaje donde argumenta que Dios nunca podría tentarnos para que hiciéramos el mal, el apóstol revela el plan perfecto para el desastre espiritual (y tal vez físico) en tres pasos:
1. El deseo pecaminoso.
2. La tentación.
3. La muerte (Santiago 1:14-15).
Nota que no le echó la culpa a ninguna fuerza externa (a nadie, ni al ambiente ni a algo material) como la razón por la que las personas se lanzan en picada en estos tres pasos al pecado y la oscuridad espiritual. No, él destacó lo que tú y yo sabemos muy bien: es nuestro propio deseo pecaminoso el que nos lleva a caer ante la tentación.
En este mundo políticamente correcto, es fácil adquirir el hábito de echarle la culpa a los demás por nuestros fracasos. Señalamos con el dedo a nuestros padres, a nuestros novios y a nuestras novias, a las malas amistades y a los jefes como la causa de nuestros problemas. Pero sólonos estamos engañando.
Admite cuando tu naturaleza pecaminosa te haya llevado por el camino equivocado. Confiésalo a Dios y a los demás reconociendo tu culpa. Si sigues echándole la culpa a los demás, sólo irás de mal en peor. —TF