¿Es posible ser demasiado servicial? ¿Puede nuestra amabilidad, a la larga, dificultarles la vida a los demás? Sí, si somos pesados, impertinentes, asfixiantes, manipuladores o dominantes. Si lo único que motiva nuestro servicio es la ansiedad, quizá estemos simplemente tratando de ayudarnos a nosotros mismos.
Entonces, ¿cómo podemos saber si nuestro corazón y nuestras acciones serviciales reflejan en verdad el amor incondicional de Dios? ¿Cómo podemos amar con motivaciones puras? (Proverbios 16:2; 21:2; 1 Corintios 4:5).
Podemos orar a Dios y pedirle que nos muestre si estamos perjudicando u obstaculizando de algún modo a los demás (Salmo 139:23-24). Rogarle que nos ayude a mostrar ese amor que «… es sufrido, es benigno; […] no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor» (1 Corintios 13:4-5).
Nuestros esfuerzos por ayudar a otros, en especial a aquellos que más amamos, siempre estarán acompañados de cierta ansiedad. Pero podemos, por la gracia de Dios, empezar a amar sin restricciones, como lo hace el Señor. Desde luego, la prueba y la medida de nuestro progreso será la forma de reaccionar cuando nuestra «amabilidad» pase inadvertida o no sea recompensada (ver Lucas 14:12-14).
Señor, ayúdanos a amar con motivos puros y para beneficio de los demás; a amar incondicionalmente, sin esperar nada a cambio.