Por la manera en que la gente habla, se puede tener la idea de que la fe no es nada más que una forma espiritualizada de hacerse ilusiones. El lema «Sólo tiene que creer» lo decora todo, desde sudaderas hasta tapices para la pared. Pero el tipo de fe que esas dos palabras propugnan tiene que ver más con el poder místico del pensamiento positivo que con lo que Dios dijo sobre el tema.
Aunque contestarle a un lema no trae nada bueno, alguien debería preguntar: «¿Creer en qué?» ¿Creer que Dios va a pagar el dinero que tomé prestado tontamente? ¿Creer que Dios neutralizará las consecuencias de todas mis malas decisiones? ¿Creer que Dios me dará el automóvil, la carrera o el cónyuge de mis sueños si prometo comportarme de cierta manera?
Contrariamente a lo que queramos creer, la fe no radica en convencernos de que tenemos el sello de aprobación de Dios en nuestros planes; es creer que los planes de Dios son mejores que los nuestros.
Noé tenía esa clase de fe. En obediencia a las instrucciones de Dios construyó una casa flotante, soportando el ridículo de sus vecinos, porque Dios dijo que iba a inundar la tierra (Génesis 6).
Abram tenía esa clase de fe. En obediencia al mandamiento de Dios dejó las comodidades del hogar y se dirigió a través del desierto a un lugar desconocido porque Dios dijo que bendeciría a toda la tierra a través de él (Génesis 12).
Moisés tenía esa clase de fe. En obediencia al llamamiento de Dios renunció a los privilegios que por derecho le correspondían como hijo adoptado de la hija del faraón, eligiendo más bien identificarse con los esclavos del faraón porque Dios le dijo que él había de dirigirlos para salir de Egipto (Éxodo 3:10; Hebreos 11).
Tal y como lo indican estos y otros pasajes, la fe bíblica no se trata de obtener permiso para hacer lo que es fácil; se trata de obtener el valor para hacer lo que es difícil. No se trata de quedarnos en nuestro lugar cómodo; se trata acerca de ir a donde Dios nos dirige. No se trata de creer en lo que la gente dice de Dios nos dirige. No se trata de creer en lo que la gente dice deDios; simplemente es creer en lo que Dios dice. —JAL