Mientras hacía una investigación para el proyecto de un libro descubrí que la persona a la que estaba estudiando a menudo exageraba sus experiencias personales al hablar en público. Lo hacía con tanta frecuencia que llegué a la conclusión de que aquellas historias no eran fuentes confiables de información.

Durante ese mismo período de tiempo, en un seminario para jóvenes adultos, relaté una experiencia personal que generó muchas risas. Más tarde ese día comencé a pensar en la historia y me di cuenta de que en realidad no había sido como lo había contado. Había adornado los hechos y exagerado el impacto para señalar algo y obtener una reacción de parte de la audiencia. ¡Ay! A la mañana siguiente cuando le hablé al mismo grupo, les dije lo que había hecho y me disculpé por no decir la verdad.

En una conversación luego de la reunión mi anfitrión dijo: «¿Sabe? Yo también me dejé llevar de la misma manera cuando estaba dando una charla.» Otra persona contó que recientemente había oído a un pastor disculparse ante su congregación por una exageración durante un sermón anterior. Estaba sorprendida por su honestidad y por su compromiso con la verdad.

En un artículo del periódico Los Angeles Times, Benedict Carey escribió que los doctores de la Universidad de Yale han descubierto «que algunos mentirosos crónicos son per capaces, exitosas e incluso disciplinadas que adornan las historias de su vida innecesariamente». Un psicólogo de la Universidad de Massachussets, Amherst, hizo que algunos voluntarios llevar cámaras escondidas para grabar sus conversaciones. Los participantes observaron las cintas e identificaron sus propios engaños, los cuales representaron un promedio de tres mentiras por cada 10 minutos de conversación.

¿Existe alguna manera de evitar caer en este patrón? Aun cuando sabemos que «los labios mentirosos son abominación al SEÑOR, pero los que obran fielmente son su deleite» (Proverbios 12:22), esto no siempre impide que nos salgamos de la línea. Pero si añadimos el doloroso paso de pedir disculpas cuando mentimos, esto refuerza cuánto se preocupa el Señor por lo que decimos.

«Hay quien habla sin tino como golpes de espada, pero la lengua de los sabios sana» (Proverbios 12:18).  Una mentira sale fácilmente, pero decir la verdad demanda un esfuerzo constante.  —DCM