Cody me miró con sus ojos enormes y desapasionados. Sus harapos cubiertos de rocío y sus tatuajes eran reflejos de cómo se consideraba a sí mismo. Los colores que usaba habían sido elegidos cuidadosamente; alguien de alguna pandilla contraria podría estar cerca.
Disfrutaba hablar con mi nuevo amigo. Cody era encantador y tenía talento para el rap. Las palabras que usaba eran duras por momentos, términos en jerga y profanos. Pero yo escuchaba sus rimas y reconocía su talento.
Cuando le dije que había recibido el don de crear poesía sonrió. Hablamos un poco más y se abrió en cuanto a su educación y a la vida que ha encontrado en las calles. Cuando hablamos de Jesús me dijo que había tratado de seguirlo. Incluso parecía un poquito triste de que el Jesús en el que profesaba creer le era esquivo. Había demasiadas distracciones, demasiadas amenazas que bloqueaban su visión del Salvador que una vez conoció.
Cody me mostró el crackque vendía como medio para poder vivir. Le di una copia de Nuestro Andar Diarioy le dije que me ganaba la vida como escritor. Dijo que lo leería.
Cody sabe mucho. Sabe cómo sobrevivir en la calle. Puede ensartar palabras e hilarlas como perlas en un collar, pero carece de una cosa: de las palabras de Dios.
El apóstol Pablo, luego de describir la misericordia de Dios hacia los desobedientes (Romanos 11:28-32), expresa efusivamente una bella doxología. Se maravilla ante la «profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (v.33). Declara que «por Él y para Él son todas las cosas» (v.36).
Mi oración por Cody es que él capte el hecho de que las palabras de Dios llevan a la verdadera vida. Dios es la fuente de las preguntas respondidas y mantiene al mundo unido.
Algún día espero volver a ver a Cody y escuchar cómo las palabras de Dios salen a borbotones de la boca de este talentoso poeta. Esas palabras son la verdadera vida. –TF