Estaba tomando una clase de tallado en madera con mi amigo Jim. Nos estaban enseñando a hacer un tumka, un gnomo de unos 10 centímetros de alto.
Parecía que yo hacía todo lo que el maestro nos advertía no hacer. Debido a que cavaba con la veta, quitaba demasiada madera. A menudo no afilaba mi cuchillo lo suficiente. Hacía el sombrero demasiado torcido. Cuando terminé me dí cuenta de que mi figura tenía una mano derecha pero no una izquierda. ¡Error!
A mi amigo no le iba mucho mejor. El cuerpo de su gnomo apuntaba al este, pero los dedos de los pies apuntaban al oeste. ¡Uy!
Estoy seguro de que tú también has cometido errores. Todos lo hacemos. Forma parte de ser humano. Tal vez trataste de dirigir la alabanza en la iglesia y fue un fracaso estrepitoso. O debido a tu nerviosismo, ni siquiera pudiste recordar Juan 3:16 cuando ibas por la mitad al compartir tu testimonio con algún amigo.
La pregunta es, ¿cómo lidiaste con ello? ¿Acaso te tumbó? ¿Hizo que te enojaras contigo mismo? ¿Le echaste la culpa a otra persona?
Una mejor manera de ver un error es considerarlo como el resultado natural de tratar de aprender. Si estamos creando algo nuevo, o tratando de hacer algo que nunca antes hemos hecho, vamos a cometer errores. Esa es la razón por la que llaman a esto el noviciado. Cada embarrada es una valiosa experiencia de aprendizaje. Por esa razón podemos regocijarnos en nuestros errores.
El Señor sabe que somos débiles y nos ayudará a crecer y a madurar para que no sigamos cometiendo el mismo error una otra vez. También quiere que intentemos cosas nuevas que ayuden a construir su reino.
Así que olvida lo que queda atrás y extiéndete a lo que está delante (Filipenses 3:13-14). No te preocupes por los errores. Intenta nuevas cosas para Dios. —DCE