El sol brillaba sobre las quietas aguas de la laguna. Arrodillándome sobre el trampolín, miré detenidamente el agua. Lo profundo no parece estar tan profundo–pensé. Puedo verlo todo hasta el fondo. Sin pensar mucho más, me deslicé del trampolín y me metí en el agua. Mientras me hundía hasta el fondo me di cuenta de que el agua era mucho más profunda de lo que esperaba, y eso me asustó.
Esa experiencia fue hace muchos años cuando estaba aprendiendo a nadar. Pero tuve una experiencia similar cuando comencé la universidad. Para mí, comenzar mi vida como estudiante universitaria fue como saltar en una piscina mucho más profunda de lo que esperaba. Cuando mis padres me dejaron en el campus y regresaron a casa, tuve esa misma sensación subacuática de aislamiento y pánico. Pensé que me podía ahogar.
Ese primer fin de semana me fui en un retiro de otoño con la Unión Estudiantil Cristiana de mi universidad. Durante el viaje me acordé de una reciente lección que había recibido en la escuela dominical de la iglesia. Estábamos leyendo el último capítulo de Juan. Los discípulos habían estado toda la noche fuera pescando, pero no les había ido bien. Hacia la mañana notaron que alguien caminaba en la orilla. Cuando uno de los discípulos reconoció a Jesús, Pedro saltó de la barca y comenzó a nadar hacia Él.
Al considerar esto me di cuenta de cuánto pánico me daba la universidad. Necesitaba dirección. Necesitaba ver a Jesús y «nadar» hacia Él. La universidad es una etapa nueva e intimidante, pero mi enfoque final siempre tiene que ser el mismo: he de seguir a Jesús.
Así que, cuando te encuentres en algún lugar desafiante y creas que te vas a ahogar, no te dejes sobrecoger por el pánico. Reconoce a Jesús y nada hacia Él.
–Stephanie Robinson, Carolina del Norte
Escrito por una amiga lectora de Nuestro Andar Diario.