¿Realmente será posible que tener a Dios sea más nutritivo, estimulante y placentero que las sensaciones y los variados tonos de placer que incitan mis sentidos desde el amanecer hasta el anochecer? «El que tiene a Dios y todo lo demás no tiene más que el que sólo tiene a Dios» —dice C.S. Lewis en su libro The Weight Of Glory[El peso de la gloria].

Suena correcto —muy bíblico— pero, ¿lo creo? ¿Acaso es bueno que Dios esté más comprometido con mi gozo que con mi comodidad? ¿Puedo imaginar la posibilidad de que haya algo más escandalosamente apetecible que una vida, que, como una máquina bien engrasada, va a todo vapor de una manera oportuna y ordenada? ¿Puedo imaginar la posibilidad de un placer más profundo que el de lograr lo que he planeado, o de un deseo más satisfactorio que el de sólo ver mis esfuerzos meticulosamente planeados cumplirse con la eficacia de un mecanismo de relojería?

Estas son preguntas difíciles. Me gusta llegar al destino que se me ha indicado. Soy bastante aficionado a que mis sueños se hagan realidad y estoy bastante comprometido a hacer que mi vida funcione bien. Me gustaría pensar que son estos deseos molestos los que no me quieren soltar. Pero una opinión honesta muestra que soy yo el que no quiere soltarlos a ellos.

La verdad es que a menudo ni siquiera es cuestión de deseos que compiten entre sí. Dios ni siquiera está en la lista. Algunas veces quiero una hamburguesa más de lo que quiero a Dios. Soy adicto a muchos placeres menores. No puedo ver que cada sabor encuentra su fuente en Dios. Estoy cegado a la realidad de que mi corazón está desesperado por los placeres fundamentales.

G. K. Chesterton dijo en broma que cada hombre que toca la puerta de un burdel está buscando a Dios. En esos escasos momentos en que la bruma se despeja y mi corazón queda expuesto, sé que Chesterton tiene razón. Cada lugar en el que creo que encontraré placer me deja frío. Simplemente no se encuentra allí.

Quiero ser adicto al placer que es verdadero, empapado de gozo y conectado con la eternidad. Quiero querer a Dios.  —WC