Además de encontrarse en el nivel cero en la escala de clases, los reality shows[programas de televisión que simulan la realidad de manera sensasionalista] comparten otra característica: alguien termina siendo rechazado. Ya sea que se trate de algún soltero(a) desesperado(a) por tener una cita, de algún cantante con un tono de voz cuestionable, o del habitante de alguna isla, siempre hay alguien en la cuerda floja, a un paso de la fama.

Los que sobreviven podrían sentir una mezcla de alivio y arrogancia. Para los estándares de algunos, ellos son mejores, incluso si el estándar carece de credibilidad. Por una semana no tienen que preocuparse de ser lo suficientemente buenos.

¿No sería trágico si los cristianos se vieran infectados por esa actitud? Lo es, según cierta crítica. Nos acusan de ser «exclusivos» y de que actuamos como si fuéramos moralmente superiores.

Puede que eso haya sido un problema en la Iglesia del primer siglo. Partiendo de la corrección de Pablo en Romanos 11, podemos deducir que algunos cristianos gentiles miraban a los judíos encima del hombro.

Pablo dio al traste con eso. Recordó a los gentiles que su inclusión fue el resultado de la gracia de Dios, no de su valía. No había espacio para que ellos fueran arrogantes, sólo humildes.

Nunca debemos ver nuestra fe como un reality showcelestial en el que Dios declara a los cristianos «adentro» y a los no cristianos «afuera». El plan de salvación es de Dios, no nuestro. Si alardeamos de alguien, debe ser de Dios, cuya gracia hizo posible que cualquiera pueda recibir la vida eterna por fe.

Cuando Jesús consideró a aquellas personas que ignoraban el amor de Dios lloró por ellas: «… tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9:36). Eso no suena arrogante.

Jesús era experto derribando muros. No es de sorprender que incluso los miembros más despreciados del pueblo de Israel vinieran a Él, sin temer el rechazo o la humillación. Pablo estaba exhortando a los cristianos a tener la misma actitud.

En la Iglesia cristiana de hoy no hay cabida para una actitud de superioridad. Sólo Uno es superior; el resto de nosotros debemos ser humildes.  —JC