Su temor era mucho mayor que ellos, como la columna de nube a la que habían seguido. El pueblo de Dios lo había visto hacer cosas asombrosas en Egipto, pero ahora su fe estaba fallando.
Sus rodillas temblaban al ver a los egipcios avanzar metódicamente hacia ellos. Volviéndose a su líder, preguntaron a Moisés por qué los había guiado a un valle de muerte.
Esto no era lo que queríamos. Esto no era una vida mejor para nosotros en la Tierra Prometida.
Moisés se levantó en medio de ellos, y su rostro irradiaba una fuerza que venía sólo de Dios. «No temáis; estad firmes» y «quedaos callados». Sus palabras envolvieron a la multitud que estaba en silencio.
Silencio.Eso es lo que Dios pidió a los israelitas cuando se enfrentaron a un enemigo aterrador.
Silencio.Él nos dice estas mismas palabras a ti y a mí cuando vemos la armadura que refulge bajo el sol.
El polvo se eleva a la distancia, los soldados cabalgan inclementes hacia nosotros blandiendo sus armas. Nos vemos tentados a volvernos a nuestro líder, a nuestros amigos, a nosotros mismos y a nuestro Dios. El temor nos domina y nuestras rodillas comienzan a temblar. Pero hay una voz queda que nos llama. En medio del caos, ese suave sonido nos calma. La fuerza de Dios se levanta en todo nuestro ser.
Silencio. Eso es lo que Él pide de nosotros. Su mano soberana cambiará la corriente.
Silencio. Recordamos lo que Él ha hecho y nos regocijamos en nuestros sufrimientos presentes por amor a Él.
Silencio. Nuestro temor se derrite a la luz de su gloria. El enemigo ya no puede derrotarnos.
Silencio. Escuchamos las palabras: «El SEÑOR peleará por vosotros mientras vosotros os quedáis callados.» —TF