Muchas empresas tienen un «programa de puntos» que ofrece premios a los clientes fieles. Puedes canjear esos puntos usando servicios de la compañía, tales como comer en restaurantes locales, alojarte en ciertos hoteles o volar en determinadas aerolíneas. Usar tu dinero de esta manera es una elección muy razonable.
Dios también tiene un programa de premios. A menudo, Jesús habló de su deseo de recompensarnos por servirlo fielmente. Por ejemplo, cuando somos perseguidos por su causa, nos dice que nos regocijemos, porque nuestro «galardón es grande en los cielos» (Mateo 5:12). En contraposición a la costumbre santurrona de los fariseos de dar, orar y ayunar en público, Jesús nos enseñó que hiciéramos estas cosas en privado, porque nuestro «Padre que ve en lo secreto [nos] recompensará en público» (6:4, 6, 18). Cuando se trata de vivir para Cristo, la fidelidad nunca coloca tu vida en posición deficitaria, independientemente de lo que esto implique.
Pero nosotros no servimos a Cristo por los premios. Cuando Él murió por nosotros en la cruz, hizo muchísimo más de lo que merecemos. La lealtad al Señor es un acto de adoración que expresa nuestro sentido reconocimiento por su amor a nuestro favor. Como retribución, Él se deleita al alentarnos con la certeza de que, al final, sus recompensas superarán ampliamente todo lo que hayamos abandonado para servirlo a Él.
Vive para Jesús… sin importar cuánto cueste hacerlo.