Me encanta la canela. Me apasionan las rosquillas de canela, las galletas de canela, los dulces de canela, las tostadas de canela, las manzanas con canela y los panecillos con canela. Es una de esas especias que hace que las otras cosas tengan mejor sabor. Sin embargo, nunca se me ocurrió pensar de dónde proviene. Entonces, en un reciente viaje a Sri Lanka, supe que el noventa por ciento de toda la canela del mundo procede de esa nación insular ubicada en el Océano Índico. A pesar de todos los años que disfruté de la canela, nunca me detuve a considerar su origen.
Lamentablemente, mi andar con Cristo a veces se parece a eso. Dios me ha bendecido con una vida maravillosa, cinco hijos y varios nietos que son más divertidos que una jaula llena de monos. No obstante, en medio de toda la alegría que me brindan, en ocasiones no pienso en la causa de esas bendiciones; lo que el escritor de himnos denominó la «fuente de toda bendición». Santiago lo expresa de este modo: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» (1:17).
¡Qué desagradecidos seríamos si disfrutáramos de las ricas bendiciones de la vida sin pensar en el Padre que es el origen de toda la creación!