Una encantadora noche de verano, una gran multitud se reunió en un hermoso lugar al aire libre para presenciar el concierto de uno de mis amigos de la universidad. Ese día era su cumpleaños, así que, el maestro de ceremonia sugirió que le cantáramos el «Cumpleaños feliz». Una tras otra, las personas empezaron a cantar, cada una en un tono y un tiempo diferentes. Con la confusión de notas y de palabras, el resultado estuvo muy lejos de ser armónico. Ni siquiera era melodioso. En realidad, era completamente lamentable. Cuando mi amigo subió al escenario, nos dio otra oportunidad. No nos indicó el tono, pero sí marcó el ritmo, de modo que, al menos, cantábamos todos juntos. Cuando la canción estaba por terminar, la mayoría de la gente estaba casi cantando en el mismo tono.
El ruido que, supuestamente, debía ser una canción me recordó un problema que hubo en una iglesia del siglo i. No podían ponerse de acuerdo en cuanto a un líder. Algunos seguían a Pablo y otros a Apolos (1 Corintios 3:4). El resultado generó conflicto y división (v. 3). En vez de producir música, hacían ruido. Cuando la gente no coincide sobre un líder, todos «cantan» (aquí hablo metafóricamente) al ritmo y en el tono que más cómodo les resulta.
Para hacer una música hermosa que atraiga a los incrédulos hacia Cristo, todos los creyentes deben seguir al mismo líder, y ese líder debe ser Jesús.