¿Qué describe mejor tu dormitorio: ropas apiladas en el suelo, envases vacíos de comida rápida y libros por todas partes, o un cuadro de total organización?  Si la primera descripción se aplica a tu dormitorio, entonces es probable que seas un chico. Olvídate de los estereotipos. El 80% son simplemente menos que habitables. Ahora bien, si estás casado, ¡apuesto a que tu habitación está mucho más limpia de lo que solía estar!

A Jesús le gustaba tener «su casa» limpia, por así decirlo. Y cuando comenzó a haber muchas compras y ventas en el templo, Él limpió la casa.

El área adonde comenzó todo este comercio fue en el atrio de los gentiles. Los no judíos no podían pasar de ahí en el templo, no podían acercarse más a la presencia de Dios. Un área que se suponía debía usarse para la enseñanza se había convertido en un mini centro comercial espiritual, y Jesús se hizo cargo del negocio.

Jesús también quiere «limpiar la casa» en nuestro templo, tanto de manera individual como colectiva. La Biblia hace referencia a cada cristiano como «templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 6:19), y a todos los cristianos como las piedras vivas de una casa espiritual (1 Pedro 2:5). Jesús quiere que ambos templos permanezcan limpios.

Cuando los fariseos desafiaron la autoridad de Jesús para sacar a todos, Él señaló en dirección a su futura resurrección: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Juan 2:19). (Los fariseos pensaron que estaba hablando literalmente del templo.)

Podemos ser como los fariseos cuando se trata de limpiar nuestro templo. Pensamos en términos externos: prometemos orar más, leer la Biblia más, asistir a la iglesia o al estudio bíblico con mayor frecuencia.

Pero Dios quiere limpiar nuestro templo en el interior, cambiando quiénes somos y no solamente lo que hacemos. Sólo Su Santo Espíritu puede hacer eso.

Esa cama sin tender y esa pila de ropa sucia sigue siendo tu responsabilidad. Pero deja que Dios participe en la limpieza de tu «templo». Él sabe cómo poner las cosas en orden. Ora y arrepiéntete de las cosas sucias que se apilan en tu corazón.  –JC