Los que estudian los tiburones nos dicen que es más probable que ataquen cuando perciben sangre en el agua. La sangre actúa como un disparador de su mecanismo alimentario y, entonces, arremeten. Suelen hacerlo en grupo y generan un mortal frenesí de hambre. La sangre en el agua señala la vulnerabilidad del blanco.

Lamentablemente, en las iglesias, algunos a veces reaccionan así frente a los angustiados. En vez de ser una comunidad donde se ama, se protege y se nutre a la gente, se convierte en un entorno peligroso donde los depredadores están buscando la «sangre en el agua» de los fracasos y los errores de alguien. Y entonces, se desencadena un frenesí de hambre.

En lugar de atacar a la gente cuando está mal, deberíamos brindar el ánimo de Cristo para ayudar a restaurar a los caídos. Desde luego, no debemos ser condescendientes con las conductas pecaminosas, pero nuestro Señor nos llama a demostrar misericordia. Dijo: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5:7). La misericordia se ha definido como no recibir lo que merecemos, y todos merecemos el castigo eterno. El mismo Dios que nos muestra misericordia en Cristo es el que nos llama a ser misericordiosos los unos con los otros.

Así que, cuando veamos «sangre en el agua», procuremos mostrar misericordia. ¡Tal vez llegue el día cuando queramos que alguien haga lo mismo con nosotros!