Las estatuas me rodean como una sólida pared. Son mármol blanco
pulido. ¡Qué contraste hacen con el mundo!
Erigir las estatuas correctas es un trabajo extenuante. Se deben
descartar muchas, muchas cosas que no son aceptables. Durante
todo el día se debe tener mucho cuidado de no elegir ninguna de
las cosas que están prohibidas. Se debe mantener la mirada puesta
en ellas todo el tiempo. Es agotador.
Solía haber sólo una estatua, pero entonces tuve que hacer otra… y
otra. Algunos creyentes en Jesús no ven la necesidad de tener
estatuas como las mías. No están rodeados, protegidos.
¡Cuán ciegos están! Hablan de la libertad y de la necesidad
de tener cuidado en lo que se condena.
Pecadores permisivos. Eso es lo que deben ser. Heme aquí, sudando
cincelando para llegar a la santidad. Mientras que ellos caminan por
todos lados, hablando de la gracia e incluso haciendo algunas de las
cosas que yo sé que están mal. Tengo que mantener la mirada
puesta en ellos también. Ellos quieren echar abajo mis estatuas. Lo
sé. Quieren convertirlas en escombros.
Jesús, seré honesto contigo. Hay algo que me molesta. Cuanto más
construyo estas estatuas para ti, menos puedo verte.
¡Nuestra relación parece tan fría! ¡Siento tanto temor, tanta cólera!
¡Pareces tan distante!
Las estatuas me rodean como una sólida pared. Son mármol blanco
pulido… por fuera. Pero por dentro están huecas. Vacías. Mudas.
¿Por qué hago estas imágenes? ¿Por qué me siento obligado a
esculpir mi propia justicia? ¿Qué es este sentimiento de vacuidad
que hay dentro de mí? –TF