Si el dinero te desapareciera misteriosamente de la billetera, te enojarías. Pero si descubrieras que el que te lo robó fue tu hijo, tu enojo se convertiría de inmediato en tristeza. Un uso de la palabra tristeza describe el dolor que sentimos cuando aquellos que nos aman nos decepcionan.
«No contristéis al Espíritu Santo de Dios» (Efesios 4:30) significa esencialmente que no lastimemos a Aquel que nos ama y que está a nuestro lado para ayudarnos. En Juan 14:26, leemos las palabras de Jesús que nos dicen que el Padre ha enviado al Espíritu Santo para que sea nuestro ayudador.
Cuando nuestras acciones o actitudes entristecen al Espíritu Santo, el resultado puede ser una tremenda tensión. El Espíritu atrae en una dirección, pero las pasiones descontroladas de la carne tiran de nosotros en sentido contrario. Pablo lo describe en Gálatas 5:17: «Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis». Si esta situación continúa, quizá empecemos a sentirnos culpables e insatisfechos con la vida. En breve, el gozo y las fuerzas tal vez disminuyan y sean reemplazados por la apatía y el letargo (Salmo 32:3-4).
Por lo tanto, no entristezcas al Espíritu Santo que te fue dado por amor para ayudarte. Despojémonos de las malas decisiones de la carne (Efesios 4:31) y vivamos fielmente para Dios.