Los números de color rojo encendido en mi reloj despertador marcaban las 3:30 a.m., pero yo no estaba dormitando cómoda y abrigada bajo las cobijas. Estaba sacando una bolsa de papas al contenedor de basura, papas que había olvidado y que ahora estaban despidiendo un terrible mal olor. El hedor cada vez más fuerte había sido un misterio durante días. Había comenzado a preguntarme si alguien había escondido un cuerpo en mi armario sin que yo me diera cuenta. Pero cuando abrí el último aparador, no hubo confusión en cuanto a la tumba de papas.
¿Alguna vez has escondido algo pensando que vas a usarlo después y lo has encontrado podrido y echado a perder? Esto puede suceder incluso cuando es algo que Dios da.
Él proveía de pan a su pueblo cada mañana en el desierto (Éxodo 16:15). Todos podían tener tanto como necesitaran cada día. Pero algunas personas trataron de obtener algo extra y lo escondieron. Tal vez quisieron dormir hasta tarde al día siguiente en vez de caminar hasta la duna más cercana para recoger su comida. Cualquiera que fuera la razón, el pan que escondieron crió gusanos y se pudrió (v.20).
Cada día de su viaje, Dios dio a su pueblo exactamente lo que necesitaba: ni más ni menos. Era la cantidad perfecta, y Él esperaba que ellos la usaran, no que la acapararan.
Algunas veces tomamos el alimento espiritual que Dios nos da y lo escondemos en el aparador de nuestro corazón para usarlo después. Nos sentamos en estudio bíblico tras estudio bíblico, en clase tras clase, en culto de adoración tras culto de adoración. Seguimos recogiendo sin realmente usar nada. Pero al igual que el pan en el desierto, nuestros dones, talentos y conocimiento pueden comenzar a oler mal si no los usamos ahora.
El punto es que Dios sigue dando. Le dio pan a su pueblo en el desierto hasta que llegaron a la Tierra Prometida. También hará lo mismo por nosotros. Mostrémosle cuán agradecidos estamos usando sus dones cada día. –TC