En una de sus presentaciones, el comediante Steve Martin planteó la posibilidad de un cielo que se pareciera al estereotipo de los dibujos animados
«¿Qué pasaría si realmente fuera así?» —preguntó simulando horror. Él no pensaba que las nubes, la túnica y el arpa fueran tan emocionantes.
Tengo que ser honesto. A mí tampoco me emociona la perspectiva de un cielo así. Si esa es la manera en que lo imaginamos, entonces tenemos la idea equivocada acerca del cielo… y de Dios. Nuestra imaginación no puede captar un lugar ni un Ser sin límites.
Cuando Dios hizo esta tierra estaba «sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo». Luego vinieron aquellas emocionantes palabras llenas de expectativa: «… y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas» (Génesis 1:2).
Y luego Dios habló. La exuberante vida de un bosque tropical, los colores espectaculares que inundan un arrecife de coral, las complejidades del ojo humano, todo fue creado por la palabra de Dios.
Ahora es un mundo caído, pero todavía es bastante espectacular. Así que, ¿por qué rayos (perdonen la expresión) haría Dios el cielo más aburrido que este emocionante planeta? ¿Cómo podemos considerar la tonta idea de que la imaginación de George Lucas, de Steven Spielberg y de los hermanos Wachowski supere la infinita creatividad de nuestro Padre celestial?
El apóstol Pablo se refirió de manera enigmática al cielo cuando escribió acerca de «palabras inefables que al hombre no se le permite expresar» (2 Corintios 12:4). En Apocalipsis 21-22 aprendemos un poquito más de la descripción que Juan hace de un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero en realidad no sabemos gran cosa acerca del cielo.
Lo que sí sabemos es que el cielo aguarda a aquellos que pertenecen a Jesús. «… voy a preparar un lugar para vosotros —dijo—. Y si me voy … vendré otra vez y os tomaré conmigo…» (Juan 14:2-3).
Mi propia casa en la eternidad, hecha por Aquel que creó el cosmos. ¡Eso es algo por lo que me muero de ganas de ver! —TG