Muchas cosas pasaron en el año 1903, y 102 años después, odavía existen. Hace 102 años comenzó el Tour de France. La Compañía Harley-Davidson hizo su primera motocicleta. El primer oso de peluche hizo su aparición. Y como leímos en la meditación del día 17 de este mes, en diciembre de 1903 los muchachos de Kitty Hawk finalmente lo lograron.
Eso me puso a pensar. ¿He hecho algo este año que vaya a alterar el mundo de aquí a 100 años? No he inventado ningún dispositivo que vaya a cambiar la vida tal como la conocemos ahora. No he descubierto ninguna medicina nueva que cure el cáncer. Y tampoco resolví el problema del hambre mundial.
Pero sí invertí en la vida de algunos niños. Los he escuchado, he jugado con ellos, los he amado, he compartido con ellos mi amor por Jesús. Y les he contado cuánto los ama Dios.
Alguien ha dicho: «De aquí a 100 años, no va a importar qué clase de auto conducía ni de qué tamaño era mi cuenta bancaria. Pero el mundo podría ser un lugar mejor porque fui importante en la vida de un niño.»
Dios ama a los niños. Cuando la gente llevaba sus hijos a Jesús, los discípulos reprendían a sus padres. Pero Jesús insistía en que dejaran a los niños acercarse. Dijo: «Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Marcos 10:14-15).
Los niños son más confiados que muchos adultos. Todavía no se han agotado por las desilusiones de la vida. Enseñar a los niños acerca de Jesús puede ser una verdadera bendición porque muchos entienden fácilmente la verdad del evangelio. Y las lec ciones que aprenden de niños los ayudan a vivir para Jesús cuando son grandes.
Tal vez la mejor contribución que podamos dar al mundo dentro de 100 años sea compartir la historia de Jesús con un niño. —CK