El titular a toda página del periódico Chicago Tribunedecía: CONFESIÓN DE CULPABILIDAD LIBERA A PRISIONERO. La foto mostraba al hombre libre abrazando a su hermana. El artículo hablaba de cómo un hombre encarcelado durante ocho años hizo un trato con el fiscal del estado en el cual el tiempo que había cumplido satisfacía su sentencia.

Este titular me puso a pensar en el significado de la palabra culpable. El uso bíblico de la palabra culpablesiempre se refiere a la condición de una persona que ha violado las normas o leyes de Dios. Romanos 3:23 lo dice llanamente: todos somos culpables. A causa del pecado de Adán, estamos condenados delante de un Dios santo. La desobediencia conduce a la culpabilidad, y la culpabilidad siempre lleva a la vergüenza, y la vergüenza siempre lleva a ocultarse.

Entonces, ¿cómo podemos ser libres de culpa? El perdón es el único agente limpiador que puede quitar tanto la culpa como el pecado. Encontramos perdón en Jesús solamente. Su muerte en la cruz pagó la pena por todos nuestros pecados de una vez por todas. Cuando confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos, Él nos reconcilia con Dios. Dios, entonces, nos ve a través de la sangre derramada de su Hijo.

Sin embargo, vamos a seguir pecando. Debemos confesar a Dios estos fallos (1 Juan 1:9). Confesar nuestros pecados a Dios significa decir lo mismo que Dios dice acerca de ellos. En otras palabras, asumimos una postura con Dios contra esos pecados. Además, debemos acallar a los principales enemigos de la confesión de nuestros pecados: la defensa, la racionalización y las excusas.

¿Qué hace Dios con nuestros pecados y con la culpa asociada con los mismos? Los perdona, los cubre y no nos los echa en cara (Salmo 32:1-5). Los limpia y no los recuerda más (Isaías 43:25). Los echa tras sus espaldas (Isaías 38:17). Los aleja tanto como está lejos el oriente del occidente (Salmo 103:12).
La historia de mi vida es diferente, pero el titular del mencionado periódico le encaja perfectamente.  —MW