Durante la fiesta de Navidad en nuestra iglesia, observaba a los integrantes del coro que se ubicaban al frente de la congregación mientras el director de música hojeaba unos papeles que tenía sobre un delgado atril negro. La orquesta empezó a tocar y los cantantes interpretaron una conocida canción que comenzaba con estas palabras: «Venid, adoremos; venid, adoremos».
Aunque esperaba oír un antiguo y preciado villancico de Navidad, sonreí ante la apropiada elección de la música. La semana anterior había estado leyendo el relato de Lucas del nacimiento de Jesús y noté que, en la primera Navidad, no hubo fiestas, ni regalos ni comidas como en la actualidad, pero sí hubo adoración.
Después que el ángel les anunció a unos asombrados pastores que Jesús había nacido, apareció un coro de ángeles «que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas…!» (Lucas 2:13-14). La reacción de los pastores fue ir corriendo a Belén, donde hallaron al Rey que acababa de nacer y que yacía en un pesebre en un establo. Más tarde, regresaron a sus campos «… glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto…» (v. 20). Ver cara a cara al Hijo de Dios movió a los pastores a adorar al Padre.
Considera hoy cuál es tu reacción ante la llegada de Jesús a la tierra. ¿Hay lugar en tu corazón para adorar durante este día que celebra Su nacimiento?