«Bienvenidos al vuelo 1624 de American Airlines. Nos alegramos de tenerle abordo hoy. El tiempo de vuelo estimado ntre….» Yo comencé a ignorar a la asistente de vuelo cuando ella dio su discurso sobre seguridad y emergencias. La desconecté y cerré los ojos para tomar una siesta.
Habíamos estado en el aire unos cinco minutos cuando de repente hubo una luz cegadora, un ruido seco que hizo eco, y un sobresalto que paró corazones. Abrí muy bien los ojos. Me aferré a los brazos de mi asiento esperando que el avión cayera, mientras decía lo que pensé sería mi última oración.
¿Era una bomba? ¿Un fallo mecánico? La gente que estaba en el avión se aterrorizó. Finalmente el piloto anunció que nuestro avión había experimentado una «descarga estática» (lo que quiere decir que había sido golpeado por un relámpago), y todo el mundo comenzó a relajarse. La señora que estaba al otro lado del pasillo y yo comenzamos a charlar. Ambas admitimos que creímos que íbamos a morir. Allí estaba… ¡mi oportunidad! Durante todo el viaje misionero había estado orando para tener la oportunidad de compartir el evangelio con alguien. Esta era la oportunidad. Tuve la apertura perfecta. No parecería torpe. ¿Qué hice?
Me acobardé.
Mirando atrás me dan ganas de darme contra la pared por no compartir el evangelio con ella. Hay muchas partes en el mundo adonde la gente es perseguida por compartir su fe. Y aquí estoy yo, con la libertad de expresión y el momento perfecto… y me acobardo.
Leemos en Filipenses que Pablo fue encarcelado por divulgar el evangelio, pero sus cadenas en realidad inspiraron a otros creyentes a compartir las buenas nuevas con «mucho más valor» (v.14).
Existen muchas historias de horror de persecución de cristianos en todo el mundo en el siglo XXI. ¿Vas a dejar que tu corazón se conmueva con estas historias? ¿Vas a dejar que sus «cadenas» te motiven a divulgar el evangelio «con mucho más valor»? Dios estaba con Pablo. Está con nuestros hermanos perseguidos. Dios está contigo. Sé audaz. —Ruthina Northcutt (Indiana)