En El peso de la gloria, C. S. Lewis narra la historia de una mujer que dio a luz un hijo mientras estaba prisionera en un calabozo. Como el muchacho no había visto nunca el mundo exterior, su madre trató de describírselo haciendo unos dibujos con un lápiz. Más tarde, cuando ambos fueron liberados de la cárcel, los simples esbozos fueron reemplazados por imágenes reales de nuestro hermoso planeta.
Asimismo, el cuadro inspirado que la Biblia nos da del cielo será un día sustituido por una experiencia personal y gozosa. Pablo entendía que nuestra percepción del cielo es limitada, hasta que llegue aquella jornada futura cuando estemos en la presencia de Cristo. «Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido» (1 Corintios 13:12). No obstante, la confianza del apóstol en la gloria futura lo fortalecía en medio de las pruebas: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18).
Nuestra idea actual de las glorias celestiales es apenas un bosquejo, pero podemos confiar plenamente en la promesa de Jesús de que ha ido a preparar lugar para nosotros (Juan 14:1-3). ¡Lo mejor todavía está por llegar!