Dios, simplemente, no había cumplido. Los israelitas esperaban una revolución que lograra su libertad nacional. Todo lo que habían recibido eran unos cuantos beneficios políticos del Imperio Persa. Se les había prometido restauración, radical y significativa. Lo que recibieron fue una ligera mejora de una esclavitud cruelmente opresiva a una servidumbre moderadamente opresiva.

Se habían atrevido a esperar lo que podía ser, una vez más. Y habían sido decepcionados, una vez más.
El problema no era simplemente que habían tenido mala suerte; su desencanto aumentó debido a la prosperidad de los malvados. Fieles a Dios, trabajaron como mendigos oprimidos. Sin embargo, los que se oponían a la autoridad de Dios disfrutaban de un privilegio abundante e irrestricto.

Entonces surgió su pregunta: «¿Qué diferencia marca el servir a Dios? ¿Qué beneficio sacamos de este trato?»

A nosotros nos acosan preguntas similares: ¿Cómo puede ser que África, el continente que está viviendo el mayor avivamiento espiritual, sea el más devorado por el SIDA? ¿Cómo es posible que mi amigo, que casi no tiene dinero y lucha por cursar sus estudios de seminario, pierda a su esposa por causa de la leucemia? ¿Por qué debería tener que criar a su hijo solo … mientras los que son indiferentes a Dios disfrutan sus días sin ser molestados y están encantados con la prosperidad? ¿Por qué abandonarlos a un Dios que permite tal desequilibrio, que permite tal desilusión?

La respuesta de Dios a las preguntas de los israelitas no fue la que algunos podrían esperar. Él no los regañó por tener deseos impropios ni por ponderar cosas tontas. Dios avivó su esperanza desafiándolos a confiar una vez más al ver su historia como parte de la historia de Dios: «Y ellos serán míos … el día en que yo…» (v.17).

Los desengaños, por perturbadores que sean, son momentos santos cuando se nos invita a salir de nuestra propia realidad y a aceptar la de Dios. Nosotros estamos restringidos por calendarios y perspectiva, pero Dios no. De alguna manera, Él debe seducirnos para tener un horizonte más amplio, la esperanza más plena. Y el dolor de la desilusión sirve para que se cumpla este propósito: llamarnos a la esperanza en más de lo que vemos ahora, y creer. Todo es cuestión de tiempo.  —Winn Collier