«¿Está vivo Saddam?» Durante semanas, incluso meses, esa pregunta dominó las conversaciones sobre la Operación Libertad para Iraq. Sin embargo, a los pocos días de haber comenzado la guerra, la pregunta más pertinente era: «¿Acaso importa?»

Los líderes de las Fuerzas Armadas hicieron hincapié repetidamente en que incluso si Hussein había sobrevivido los bombardeos, ya no controlaba ni a los militares ni el gobierno. Por tanto, aunque hubiera podido estar vivo, su control era mínimo.

Imagínate al pueblo iraquí siguiendo a Hussein incluso después de que su autoridad le fue quitada. ¿Un dictador tan cruel e implacable, y la gente siguiendo leales a él cuando no tenían que hacerlo? Eso no tendría sentido.

Los creyentes en Jesús se pueden identificar con este enigma. Nosotros también hemos sido liberados de un dictador esclavizante y descorazonado: el pecado. Sin embargo, a veces permitimos que controle nuestra vida.

Según Romanos 6:6, fuimos liberados de la esclavitud del pecado cuando nuestro «viejo hombre» fue crucificado con Jesucristo.

Debemos estar agradecidos, muy agradecidos. El pecado en nosotros nos causaba toda clase de problemas.

Entonces, ¿por qué seguimos todavía nuestros viejos deseos? Es cierto que nadie es perfecto, y no deberíamos esperar una perfección sin pecado las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Sin embargo, también debemos reconocer que no tenemos que perder todas las batallas contra la tentación.

Cuando tengamos que enfrentar tentaciones que fácilmente nos vencían antes, debemos tener cuidado a quién escuchamos. Satanás nuestra cultura, incluso nuestros propios deseos nos van a engañar respecto a que está bien ceder. Es más sabio escuchar la voz de Dios, tal como la expresó por medio de su Palabra y por su Espíritu Santo.

Podemos saber que nuestro «cuerpo de pecado» seguro está muerto. A medida que rendimos nuestra vida al Espíritu Santo, el pecado deja de gobernar como dictador nuestro. ¿Por qué darle de nuevo el mando?  —JC